sábado, 8 de junio de 2013

Crítica Hijo de Caín

Comienza en las esferas del drama familiar y lo hace con soltura y conocimiento de causa, pero a medida que avanza la proyección el thriller se va adueñando de la trama y con ello se pierde parte de la estabilidad emocional de los personajes en aras a conectar casi con el terror y elevar el impacto en el público.
Esta adaptación de Mi querido Caín, el best-seller de Ignacio García Valiño que fue finalista del V Premio Ciudad de Torrevieja de Novela en 2006, depara por ello una suerte desigual que no deja plenamente satisfecho, aunque tampoco deba hablarse de fracaso.
El director catalán Jesús Monllaó, que debuta en la pantalla grande, demuestra conocer las claves del terreno que pisa, si bien se toma algunas licencias que escapan a la lógica del relato y que le restan convicción. José Coronado no está al nivel de No habrá paz para los malvados, por supuesto, pero se apropia casi siempre de su cometido y el joven David Solans, que está en primer plano, intenta incrementar la tensión con resultados aceptables.
En su objetivo de huir de los esquemas convencionales del cine sobre los niños diabólicos, el director se acerca en alguna medida a los patrones utilizados por Robert Mulligan en El otro, que abordaba la infancia asesina. Aquí, sin embargo, no se trata de niños, sino de un adolescente, Nico, que tiene profundos problemas psicológicos que llevan de cabeza a sus progenitores, especialmente al padre, que recurre a los servicios de un prestigioso psicólogo para poner en práctica una terapia que resulte efectiva.
La base de la misma es el ajedrez, al que es muy aficionado Nico, que parece en principio obrar milagros. La parte más discutible, con mucho, de la cinta es precisamente la que contribuye a intensificar el clima de tensión y de miedo, fruto también de la decisión del director de valerse del factor sorpresa.
El problema es que los giros que vemos son tan radicales, sobre todo en las conductas de Nico y de su madre en relación con el padre, que brota una inevitable falta de coherencia. Da la impresión que todo es posible de cara a que los fotogramas eleven la temperatura de la angustia al límite. Y no todo es lícito en esa tarea.
Nota 6

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