sábado, 8 de junio de 2013

Crítica de Óxido y Hueso

Aunque 'De Óxido y hueso' está nominalmente basada en un relato del escritor Craig Davidson (De quien se dice es el nuevo Chuck Palahniuk) llamado 'Rust and Bone', no parece que Audiard haya cogido mucho más que el título, algún ambiente ocasional, y la reflexión sobre la recuperación de los huesos que realiza el personaje de Mathias Schoenaerts. Por lo demás, se le da un vuelco a una trama que parecía más encaminada a radiografiar las luchas clandestinas de boxeo y de perros salvajes y se retrata una historia de amor imposible y cocida a fuego lento por parte de dos personajes al límite que siguen dos rutas vitales distintas que pugnan por encontrarse.

Una de las cosas que más llaman la atención de la adaptación que hace Audiard es la paciencia que tiene al ir estableciendo las reglas de la relación entre el boxeador interpretado por Schoenaerts y la domadora a la que da vida Marion Cotillard. Su primer encuentro en la discoteca apenas pasa de ser un roce pasajero (con ese plano de la rodilla manchada de sangre de Cotillard en el viaje en automóvil, casi profético) Los personajes quieren acercarse el uno al otro, pero lo impide la diferente velocidad en la que cambian sus impulsos vitales.

Marcada por un accidente primorosamente filmado y que demuestra que se pueden manejar incluso la intuición del espectador desde la silla de un director (hay algo en la bucólica escena con las orcas que te indica, pese a su belleza, que algo va a ir terriblemente mal), la domadora Stephanie evoluciona desde la más absoluta desesperación a ir poco a poco recobrando la esperanza y las ganas de vivir.

Mientras que, sin embargo, el boxeador Matthias parece ser, en muchos momentos, tan sólo uno de los bastones de esa vuelta a la luz más que un beneficiado recíproco de la relación entre ambos. Efectivamente, se toma su tiempo para evolucionar a través de su relación con el personaje que interpreta con toda convicción Cotillard, y eso se va notando en la relación con los que le rodean, especialmente con su hijo. Todo eso también se refleja de forma creíble en los registros de Schoenaerts, contendidos, pero a la vez dejando translucir toda la violencia latente en su interior. Y es que ambos actores, tanto Cotillard como Schoenaerts, están magníficos en sus respectivos roles, especialmente la primera.
Si alguna pega se le puede poner al filme, es que las desgracias fortuitas se suceden en tal cascada que en ciertos momentos flirtea con el melodrama más gratuito, pero no llega, en honor a la verdad, a despeñarse por ese barranco aunque lo bordee peligrosamente.

Una película emocionante y bonita en toda la dimensión exenta de cursilería y condescendencia de la palabra “bonita” que hace acreedora a Marion Cotillard de los mayores elogios a su interpretación, de esos que a veces se convierten en premios. Y de los grandes.



Nota 8

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